Cuando se queje del alto precio de los plátanos, reflexione sobre esta historia y compense el trabajo de meses de nuestros campesinos con amor. Lea con entusiasmo mientras disfruta de unas tajadas amarillas o unos crujientes patacones.
"Avanzó como un elefante... despacio pero con fuerza", dice Sixta mientras camina por la tierra embarrada de la vereda Sanandreses, en su querido San Francisco del Rayo, un corregimiento de Montelíbano, en el municipio de Córdoba. A los 48 años de edad, después de 25 de ellos dedicados a cultivar su parcela llamada "La Platanera", Sixta continúa luchando por sus hijos, las bendiciones que Dios le ha dado.
Con seis hijos, algunos viviendo lejos en otras ciudades y otros en Montelíbano con su esposo, docente de profesión, Sixta, también conocida como Judith Yánez Padilla, es una de las matronas de su vereda, que cuenta con solo 84 familias y aproximadamente 360 habitantes. . Es delegada del Grupo Motor de Montelíbano, una organización que se formó a través de los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET) en los Sanandreses. Su objetivo es hacer seguimiento a lo acordado con las comunidades y transformar su territorio, uno de los objetivos del Acuerdo de Paz entre el Estado colombiano y la extinta guerrilla de las FARC.
Sixta, además, es parte de varias asociaciones de productores de plátanos, lo que le ha permitido destacarse en la región y liderar procesos de producción rural.
La cosecha depende de sus manos; ella produce dos bultos de plátanos cada 10 o 15 días, según la producción de las plantas. Cada saco contiene 125 plátanos. Los cortan con un machete y los carga en sus hombros, atravesando un arroyo cuatro veces antes de llegar a su casa, con un paso lento pero firme, como un elefante.
Sixta trabaja arduamente: fumiga los lunes, limpia lo que el viento se lleva el miércoles y cuida de las plantas. Después de cortar los plátanos, los lava, los empaca y busca un burro para llevar su producto desde la vereda hasta el pueblo de Planeta Rica, donde los vende.
Sin embargo, la vida de Sixta cambió el 31 de marzo de 2020, cuando su casa se incrementó y se convirtió en escombros y ceniza. Aunque lo material se reemplaza, la pérdida de su hogar la marcó profundamente. Los cerdos, gallinas y patos que deambulaban por su propiedad son ahora solo recuerdos.
La travesía de Sixta es un reflejo de cientos de mujeres campesinas que luchan y se esfuerzan en medio de la adversidad y los desafíos de los territorios rurales. Aman la tranquilidad del campo y trabajamos arduamente para que los alimentos lleguen frescos y de calidad a nuestras mesas.
Sixta Yánez se despide con una sonrisa y mejillas sonrojadas, diciendo: "Hasta que mis pies y manos me dejen..."
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